sábado, 3 de marzo de 2012

A lo Guatemalteca.


















escrito por Fran Arana, alias Fran Cantalojas:


FranCantalojas@twitter.com

Dos cuernos parpadeando mediante unos leds en la cabeza, al más puro estilo Angus Young, pantalones y camiseta de licra roja, dos tallas más pequeñas de lo que la prudencia, el buen gusto y la vergüenza mandan. Una flácida cola acabada en punta, de unos setenta centímetros, un tridente de proporciones ridículas y tres o cuatro gotas de maldad y de locura.

Este Satanás, da pena. Colocado en una esquina de la zona centro de la ciudad, rodeado de cartones rubricados con mensajes fatalistas y promesas de fuego y sufrimiento. Se ve a dos millas, que le gusta el alcohol tanto como a Trinidad Tovago, la de la nariz porrona.

--¡Llegó la hora! ¿No lo notáis? Ya huele a pelo quemado… ¡Sois la leña que avivará el fuego que caldea los salones de mi reino!

La gente camina, nadie lo mira, nadie lo oye.

--¡Escoria humana!, ¡hijos y padres de zorras!, ¡vuestras almas me pertenecen!

Ruido de plástico contra el suelo.

Un bote, ¡toc! luego otro… ¡toc!

Algo rueda. Es ligero. Se detiene.

Satanás se distrae de su tarea. Escanea el suelo. Sabe lo que está buscando. Junto a uno de los carteles de su alrededor, concretamente el que reza: fuego y lágrimas, se ha detenido lo que busca, una pequeña botella, de esas de yogur líquido en mini formato, que ha sido modificada para darle un nuevo uso. En su ecuador, ha sido incrustado un pequeño cilindro de cristal, y en la apertura que se encontraba debajo del tapón, ahora hay una cubierta rudimentaria fabricada con papel de plata que se encuentra asegurada a la botella mediante la presión ejercida por una gomilla plástica. Aún huele a base quemada.

Satanás recoge su artesanal pipa, y la devuelve a su lugar de origen, un pequeño bolsillo cosido a la parte interna de la capa que cuelga ridículamente de su cuello, y que no llega ni a la altura de su cintura.

Sonríe. Tiene la boca negra. Todo es negro desde ahí hacia dentro. Retoma su actividad.

--¡Ya estáis aquí! ¡Este es mi reino! ¡Arderéis, en lo que creéis que son vuestras casas!

La niña camina a saltitos. Está contenta.

Apenas tendrá catorce años, aunque camina sola.

Es bonita, es dulce. Solo hay que mirarla, para saber que es suave.

Se detiene delante de Satán, y lo mira a los ojos.

--¡Hola!

Tiene los ojos azules. A Satán le gustan las niñas, siempre le han gustado. La analiza. Según él, ya tiene el pecho formado, los muslos de una mujer y la cara de una zorra.

Quiere tocarla.

--¿Quieres jugar conmigo?

El callejón es frío, y el aire esta cargado allí dentro. Hay un olor extraño.

Satán pasea con la niña de la mano. La lleva tras un par de contenedores de reciclaje de cartón, que llevan sin ser vaciados varios días, a juzgar por la cantidad de cartones que los rodean, esparcidos de forma anárquica. En ese lugar en concreto, los transeúntes que caminan por el acerado, cruzando la entrada del callejón, no tienen ángulo de visión para verlos.

El se acerca, y empieza acariciándole el rostro con suavidad, no quiere espantarla, ha elegido la manipulación, en lugar de la fuerza, para coger lo que quiere de la pequeña. Ella ha vivido algo más de lo que parece.

--Vamos, tócame. Mi papá, también lo hace.

Satán sonríe. Efectivamente, la rubita, era una zorra.

Mete una mano debajo de su falda, acaricia su sexo.

Satán se está derritiendo.

Se baja las mayas rojas hasta los tobillos…

STOP

La chica salta hacia atrás a la vez que se abre la camisa y le sonríe pícaramente. Satán avanza hacia ella con torpeza y dificultad, debida a la traba que suponen las mayas ajustadas a la parte mas baja de sus piernas.

Ella grita.

--¡Ayúdenme, este hombre quiere violarme!

Satanás cae en la cuenta, de que ya no se encuentran ocultos tras los contenedores, e intenta avanzar rápidamente para capturar a la chica, devolverla al amparo de su escondite y hacerla callar como sea. Tropieza, cae sobre la chica. Ella grita descosida. Él la mira con los ojos muy abiertos. Hija de puta…

El primero es alto, corpulento. Está justo a la entrada del callejón.

--¡Suéltala cerdo!

Mira a su alrededor, quiere que lo vea más gente. Busca apoyo, garantías de victoria, cómplices. Es una batalla fácil, no tarda en encontrarlos.

Una muchedumbre galopa hacia Satán. Lo tiene jodido. Van a lincharlo a lo guatemalteca.

Cuando llegan hasta él, ya son al menos veinte. Sólo los primeros saben con seguridad porque están dando una paliza a ese pobre diablo, el resto de miembros del club, simplemente, se adapta a la política y a los estatutos redactados de forma no verbal en los doce segundos que tardaron en llegar hasta él.

Satán es un miserable, un yonki, un pederasta. Es escoria. No merece vivir. Es… la víctima perfecta.

--¡Matad a ese hijo de puta!

--¡Apaleadlo!

--¡Perro sarnoso, te vamos a dar lo tuyo!

Cinco minutos después, Satán sangra como un cerdo en una matanza. Tiene los ojos apunto de salirse de las cuencas, y la única sensación agradable que le queda, es la caricia que le hacen los dos hilos de flujo vital que se deslizan a lo largo de su cuello, corriendo desde sus oídos.

Satán ha muerto. Han vuelto a teñirle el traje.

La niña ya no está en el callejón, nadie se ha fijado en ella. Allí solo queda un conjunto de hombres, con la misma expresión en el rostro que llevan los que usan las escaleras de un burdel, al bajarlas…

Han hecho justicia, se lo merecía.

El callejón huele a sangre caliente. A sangre caliente y a pescado.

La niña camina cruzando un parque lleno de eucaliptos y bancos. Los pájaros levantan el vuelo ante su proximidad. En la puerta de salida del parque, un galgo abandonado la mira, con el rabo entre las piernas. Huye.

Llega hasta la puerta de la Iglesia que queda en la cara oeste del parque que acaba de transitar. Se detiene en la puerta. Mateo, el párroco, la observa desde su posición, justo debajo del gran marco de la puerta de madera que separa el mundo del suelo sagrado.

--Esa sotana, le está muy ceñida padre.

Mateo se aferra al crucifijo que cuelga de su cuello.

--Sé quien eres.

--¿Quiere tocarme, padre?

--Hueles a azufre

--No sea malo, juegue conmigo…

--Pasa. No violes el pacto.






Inmunidad diplomática.

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